martes, 29 de marzo de 2016

Confesiones de un choborra

Eran las 5:00 p.m de un sábado de octubre, cuando mis patas y yo fuimos a un concierto donde se presentarían Miguel Mateos, Fito Paez, Café Tacuba, Los Pericos, Enanitos Verdes y nuestras queridas bandas de rock bien peruano. Recuerdo que mis amigos insistieron para ir a ese evento, ya que a mi me aterraba la idea de estar en Ate para rockear. Se la jugaron y prometieron dejarme en mi casa ni bien terminase el concierto. 

Aquel evento tuvo su lado bueno y su lado malo. Entre lo bueno la congregación de unas bandas memorables y solistas renombrados; entre lo malo, la calidad del sonido (fallaba de vez en cuando) y la falta de previsión de demanda de cerveza (se terminó a las 6:30 p.m).

Mis patas estaban muy molestos, porque no era la marca tradicional de cerveza que solían beber, me dijeron que tenía menor grado de alcohol, aunque aún así (imagino por las cantidades de vasos) desvariaron por un momento.

En esos momentos en que el éxtasis de escuchar a tu banda favorita en todo el mundo y unos litros de alcohol se juntan, puedes ver lo que nunca creías que podrías ver: Las lágrimas de un compañero rocker.

A pesar de tratarse de lágrimas de emoción, fue muy extraño ver esa escena. 

En uno de los intermedios, mientras la siguiente banda se preparaba, mi pata me contó como había sido su vida después de dejar su ciudad natal. La manera en que tuvo que lidiar cuando se le acababa el dinero, las cuadras que debía de caminar para llegar a su casa, las comidas que se saltó, el arroz que debía de guardar para que le alcanzase por más tiempo y las mentiras que decía a sus padres para demostrarles que él era independiente y que todo estaba muy bien en la capital. Fue fregado escucharlo no pensé que lo había pasado tan feo. Cada vez que veía sus fotos en su nuevo centro de trabajo decía, este pata sabe lo que hace. Creo que lo más importante fue lo que me dijo cuando terminó: "Aunque fue difícil salir de la pobreza, hoy me siento muy bien, gano más de lo que creí llegar a ganar, disfruto de los conciertos que quiero, toneo bien y aprendí bastante de cada empresa donde estuve".

Esa confesión de mi colega choborra me hizo reflexionar acerca de la perseverancia. Es cierto que hoy le va muy bien, tanto que podría viajar a ver a U2 sin problema. Valió la pena las cuadras que caminó, valió la pena no desfallecer, sirvió mentir para no asesinar a su orgullo.

Lo más extraño ocurrió a continuación. Su primo, que también escuchó la historia, le dijo: Ahora si tú tienes que elegir entre ir a un concierto de Café Tacuba en Buenos Aires e ir a una reunión de tu trabajo, fácil que irías al concierto y mandarías por un tubo tu trabajo.

Mi amigo no dudó y dijo: Claro que mandaría por un tubo mi trabajo, soy contador y los contadores siempre tenemos trabajo.

De más está decir que yo casi me muero. No había visto la situación desde su perspectiva y me pareció sumamente loca y cuerda a la vez.

Lo que señaló su primo después fue la cereza del pastel: "Las empresas siempre necesitan a los contadores, siempre habrá que pagar impuestos, siempre habrá que ver el estado de tu empresa en términos económicos, siempre habrá dudas sobre en qué invertir".

Yo sólo pude decir: Wow, aunque eres marketero, entiendes bien la profesión de tu primo.

En definitiva mi pata ama lo hace, es un tributarista de corazón, por eso escala más y más en las empresas. Aprendamos de la confesión de este choborra y sigamos adelante, encontremos nuestra razón de ser y si te tocó la labor contable y te gusta, bien por ti, sigue, si te estancas salta, que todas las empresas tienen algo que ofrecerte.

Buena suerte estimados.







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